viernes, 17 de abril de 2015

Sin huir.

Estado: soltando...

Vacía, inesperadamente vacía, como flotando, abría las manos y allí en ese gesto se resbalaba el recuerdo, el intenso eco. Las palmas de las manos ardían, cansadas y suplicantes temblaban.
Y entre las marcas de las llagas de la insistencia ... lo dejé ir.
En la extrañeza de la incertidumbre en la que me encuentro irónicamente sujetada esperando no caer, mientras la singular silueta de tu cuerpo recorre toda la habitación como sigilosa melodía, por última vez, te escribo.
En mi estado más vulnerable, ese que no conocías, sintiéndome desnuda, deteniendo el paso, acabando con la prisa, me despido. 

Debí permanecer un largo tiempo huyendo, mis piernas no se detenían, la premura por cambiar de sitio, la instantánea satisfacción de una repentina calma que duraba lo que dura un suspiro se había convertido en parte de mi rutina, en una costumbre cobarde, arremolinada, sin final.
Cambiar de acera, de casa, brincar de ciudad, hasta de país. Cambiar el color y el corte de mi cabello, las formas de mi cuerpo, las cerraduras de las puertas, las siluetas de las ventanas, el color del techo, tu nombre en otros nombres, tu cuerpo en otros cuerpos,  era el estado invasivo e interminable que representaba la huída. 
Debí también sentarme muchas noches agotada en el mismo rincón de alguna habitación pensando que hacía lo debido. Hasta que una de esas tantas noches, aún más agotada cerré los ojos y caí en un sueño muy profundo, tan profundo como el mar abierto, como si el cuerpo supiera que era hora de descansar y hacer una pausa dentro de mi prisa y cuando las fuerzas desgastaron sus suelas y no pude más, mi respiración se agotó, mi cuerpo enfermó, mi mente colapsó, había llegado la hora de parar. 
Tu recuerdo, el mío contigo , el de los dos, sofocaba y al mismo tiempo recargaba toda mi esperanza en él, me acostumbraba a él, vivía con él, comía de él y la idea de soltarlo era como si de desprender un órgano de mi cuerpo se tratara.
Decidí regresar al lugar donde todo comenzó,  y ahí, sin el chantaje del miedo y el soborno de tu recuerdo abrí las manos y poco a poco, paso a paso, te fuiste resbalando.
Hoy me despido, libero tu recuerdo y desde aquí, desde este espacio con el pánico de quedar a la deriva, como barca varada después de navegar entre tanta tempestad, interrumpo el duelo y tu segundero. 
Le lanzo un beso a tu acento y lo dejo partir, te agradezco el orgullo y el texto que rudamente aprendí.
He preparado mis piernas, que ahora son fuertes con muslos de acero para pasearme sin prisa por un nuevo sendero que me espera por ahí.
Que la adrenalina que recorre hoy por mis venas arroje el coraje de comenzar a caminar con suelas nuevas. Me voy con el equipaje lleno de latidos, con el cuello bien ajustado a la cabeza para no voltear hacia atrás. Me voy con mis costuras debajo de mi pecho que no te extraña más, me voy con la marea a navegar por otro mar dejando de sentirme cobarde. Me voy pero sin huir, me voy sin prisa, me voy sin ti.

La razón ha cambiado ahora su nombre por coraje, a ganas de empezar y decidir estar sin ti...