Si te leyeras en mis letras, podrías reconocerte en
ellas...
Era del aire, pertenecía a los campos salvajes, a las
entrañas del bosque, de esos que habitas y te pierden, que te enganchan, te
enamoran, pero siempre te pierden; de los que no sobrevives si no marcas las
salidas o si no te aferras a la entrada.
Le extrañaba, generalmente los lunes.
Le extrañaba como si quisiera
salir del cuerpo, esfumarse desde la garganta,
alcanzarlo, descifrarlo, recorrerlo, atraparlo; entrar por las patas de su cama, resbalarle el
cuerpo, lento y delinear sus muslos
robustos, sus manos valientes, enredarse en cada rincón de su cabello, como
queriendo permanecer ahí aunque se fuese.
La libertad le habitaba en los dedos de los pies, los mismos
que le llevaban a donde esperaba nada y hacia donde encontraba todo menos un
nombre, todo, menos un nombre, todo, excepto su nombre.
Ahí estaba siempre, inalcanzable, difícil, ficticio,
imposible, con
sus ojos y su mirada, de esas miradas que te invitan a meterte hasta las
entrañas.
Le ha visto libre
Le ha visto volar
Le ve siempre libre, le quiere siempre y libre.
Le soñaba abriendo la puerta del templo que llamaba apartamento.
Le soñaba, se acercaba. Ahí habitaba la angustia, la duda, la resignación de la acera
haciéndose angosta. Desnudos y las
palmas heladas, el corazón inflamado, los ojos abiertos, los pasos cansados,
los párpados deshechos, el sexo y el fuego, el fuego y los versos, los versos y el verbo.
Le soñaba, arrancándole el corazón, el líquido espeso y
pegajoso deslizándose entre sus dedos, escurriéndose entre los dedos.
Le soñaba, intercambiando su corazón con el suyo. Era la forma más sensata de dejarle
entrar sin quebrar nada.
Le soñaba recorriéndole, por fin, el cuerpo. La mano en el pecho, los dedos en la espalda ancha y larga. Se soñaba con él y era de él por el resto de la madrugada.
La libertad llegaría siempre a interrumpirles por la ventana, como astro dorado, celoso, vibrante, anunciante de la mañana.
... Despertar tenía forma de resaca. Se palpaba el pecho,
otro corazón, uno que no era el suyo, palpitaba dentro.