jueves, 14 de febrero de 2019

De los que habitas y te pierden.



Si te leyeras en mis letras, podrías reconocerte en ellas...


Era del aire, pertenecía a los campos salvajes, a las entrañas del bosque, de esos que habitas y te pierden, que te enganchan, te enamoran, pero siempre te pierden; de los que no sobrevives si no marcas las salidas o si no te aferras a la entrada.

Le extrañaba, generalmente los lunes. 
Le extrañaba como si  quisiera salir del cuerpo, esfumarse desde la garganta,  alcanzarlo, descifrarlo, recorrerlo,  atraparlo; entrar por las patas de su cama, resbalarle el cuerpo, lento y  delinear sus muslos robustos, sus manos valientes, enredarse en cada rincón de su cabello, como queriendo permanecer ahí aunque se fuese.

La libertad le habitaba en los dedos de los pies, los mismos que le llevaban a donde esperaba nada y hacia donde encontraba todo menos un nombre, todo, menos un nombre, todo, excepto su nombre.

Ahí estaba siempre, inalcanzable, difícil, ficticio, imposible, con sus ojos y su mirada, de esas miradas que te invitan a meterte hasta las entrañas.

La libertad se dibujaba en la forma de mover los dedos de las manos y en la sonrisa que regalaba a los extraños. La libertad le iluminaba.

Se descubrió adorándole las alas... 

Le ha visto volar
Le ha visto libre
Le ha visto volar
Le ve siempre libre, le quiere siempre y libre.

Le soñaba abriendo la puerta del templo que llamaba apartamento. 

Le soñaba, se acercaba. Ahí  habitaba la angustia, la duda, la resignación de la acera haciéndose angosta. Desnudos y las palmas heladas, el corazón inflamado, los ojos abiertos, los pasos cansados, los párpados deshechos, el sexo y el fuego, el fuego y los versos, los versos y el verbo.

Le soñaba, arrancándole el corazón, el líquido espeso y pegajoso deslizándose entre sus dedos, escurriéndose entre los dedos.
 
Le soñaba, intercambiando su corazón con el suyo. Era la forma más sensata de dejarle entrar sin quebrar nada.

Le soñaba recorriéndole, por fin, el cuerpo. La mano en el pecho, los dedos en  la espalda ancha y larga. Se soñaba con él y era de él por el resto de la madrugada. 

La libertad llegaría siempre a interrumpirles por la ventana, como astro dorado, celoso, vibrante, anunciante de la mañana.



... Despertar tenía forma de resaca. Se palpaba el pecho, otro corazón, uno que no era el suyo, palpitaba dentro.

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