domingo, 29 de septiembre de 2024

Plegaria

Hoy el viento sopla con menos furia, y aún así, algunas palabras se clavan en mí como cuchillos. ¿Cómo hablarte, entonces, desde este silencio, desde este lugar donde el eco de lo que fui se disuelve?

Te busco en cada rincón de mi ser. Algunas palabras se esconden entre mi cabello, en los pliegues de mis caderas, entre las trenzas que me unen al pasado. Pienso que las he abandonado, pero, oh, regresan, como sombras que nunca se van del todo.

Como si la tristeza me consumiera en bocados, como si tu silencio olfateara mi fragilidad y se deleitara en desgarrarme los dedos, en agudizar las heridas que llevan mi historia. Aquí estoy, vacía de mí misma, convertida en presa de un hambre insaciable. La espera es un laberinto, y la tempestad no conoce tregua.

Cuando me siento rota y esparcida sobre el pavimento de esta vida, te invoco: Cuando el viento sea suave y las palabras no se vuelen, encuéntrame. Cuando la tristeza se sirva a bocados, cuando se mueva como un lobo entre mis venas, entonces... sosténme.

Acompáñame cuando las piernas se quiebren, cuando la resignación quiera ahogar mi espíritu. ¡Mírame, mírame! Estoy aquí, exhausta. Con la ropa desgastada y las manos abiertas, te imploro: recíbeme en tus brazos.

Sáname, cúrame, purifícame, y en este rincón oscuro, déjame sentir tu luz. Encuéntrame en el vacío que dejo a mi paso. Llamo a tu puerta, oh divinidad, aquí estoy, casi desnuda, con cada costura de mi ser expuesta.

¿Ves? Estoy cansada. ¡Mírame, madre divina! Recíbeme en tu abrazo, en tu regazo lleno de amor. Mírame aquí, dispuesta a recibir cada susurro que desees pronunciar. Sáname, cúrame, abrázame con la calidez de tu presencia. Muéstrame el camino que debo seguir, lo que tengo que aprender. Permíteme verte, sentirte, y en cada latido, agradecerte.

Hoy no me abandones, sosténme de este palpitar que se va apagando.


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