desde este abismo donde las palabras se mueren
antes de tener la oportunidad de nacer.
Lo que te escribo es un grito ahogado,
un murmullo disuelto en una grieta de mi ser.
Te extraño,
ya no de la misma manera,
te extraño como se añora la muerte,
como quien se aferra a lo roto,
conscientes de que hay heridas que no se reparan,
que permanecen como sombras
en el eco de un pasado.
Eras aire,
sí,
pero un aire enrarecido,
un soplo de viento
que se pierde entre los escombros
o de lo eternos que somos.
¿Cómo tocarte ahora,
si mis manos encuentran solo sombras?
Te has convertido en eco resonando en mi pecho,
palabras imposible de pronunciar,
heridas que no saben cerrarse,
laberintos de espejos
donde cada reflejo me recuerda que no estás.
Intento recordarte,
pero todo en ti se vuelve distante,
como un sueño desvanecido en la bruma de un amanecer.
No sé hablar de ti
sin nombrar el vacío,
sin señalar este espacio que dejaste,
donde las palabras ya no habitan,
donde solo resuenan cicatrices abiertas
que susurran su dolor.
Eras libertad,
también prisión,
la cadena invisible que me ataba
a lo inalcanzable.
Y ahora, en la distancia,
solo queda el eco de lo que nunca fue,
la sombra de un deseo que se deshace
como el polvo en la memoria.
Te escribo desde el borde de lo que no existe.
Escribo para no desvanecer,
para sostenerme en las palabras
que son lo único que queda de ti en mí.
Escribo para llenar el vacío,
pero este silencio se apodera de mí,
se extiende,
se enreda en mis costillas,
y yo solo quiero gritar tu nombre
en la oscuridad,
sabiendo que jamás lo escucharás.
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