Me quité el traje de coquetería y lo arrojé sobre la cama, arrojé
también las ganas de los besos, los libros rotos y viejos, hasta el entusiasmo de tus bostezos, incluso boté la falda y la ropa interior que tanto te gustaba arrancar con tus dientes o con las manos. Me entregaste a la orilla de la entrada de aquella puerta de mi pequeña casa, en calidad de desarme, con un gato por testigo que iba observando como caían uno a uno los restos de mi orgullo mientras yo buscaba algo que abriera la puerta de un trancazo; elegí el llavero, las fuerzas las había olvidado en tu patio.
Recosté mi cabeza, pero aquellos suspiros, los que tanto te enviaba, sobre todo los domingos atrapados y que tenían olor a cerezas, esa noche sabían a leche amarga a punzantes nudos de garganta, a frío y a prisión a pura amargura.
El dormitorio se encogía con la lluvia, con la humedad aprisionada, y la resignación, a la que había citado con anticipación, la muy puta no llegó, se largó, se mudó a un hotel de paso con un amor de verano por eso no me hacía ningún caso y así tardó un largo rato.
Un maullido de un gato fue lo último que se escuchó desde el balcón, era el mismo gato de la puerta que ahora se divertía con mi cabello en la habitación.
¡ay corazón! me duele este amor de un rato que ni a invierno entero llegó, todo envejeció tan rápido. Me dejaste un boleto de avión usado debajo de un vaso de ron y un pedazo de desilución atorado en el brazo.
..."¿para qué sentirnos fulminados ante un espectáculo de miseria, cuando la miseria es presente, pasado y porvenir?"
ResponderEliminarRamón López Velarde.
No creo que tanta penumbra fluya de su joven experiencia.
Cómo para canción de la gusana.
ResponderEliminar¿crees? Ya quisiera yo :)
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