jueves, 29 de agosto de 2013

La primer lluvia de junio...


Lo vio bajar del lado del copiloto de un carro color rojo o vino, realmente su memoria no recuerda las tonalidades dentro del contexto nocturno y frío. Ahí estaba él con su altura de un metro ochenta, su tez blanca, el cabello castaño y corto, su caminar tan seguro y sereno, sus manos largas, sus brazos fuertes. Llevaba puesta una camisa muy llamativa, la adornaban tiernamente un montón de aviones de colores que resaltaban entre vestimentas oscuras y sombrías, una bermuda café, tenis y calcetas blancas, toda la indumentaria no se acercaba para nada a la ocasión que les rodeaba... un funeral. Generalmente no llamaría su atención un hombre caucásico, sin embargo, su porte y sobre todo sus ojos grandes y cafés enmarcados por unas largas pestañas y la lluvia  que caía estratégicamente en su rostro hacían que fijara su atención justo en él.
Sofía se encontraba en ese entonces con su pareja en turno ( a punto de terminar ), se encontraban con un grupo de amigos en la parte de exterior del lugar cuando aquel caballero andante con su armadura de aviones se acercó a saludar a los que estaban cerca de la puerta de acceso; la saludó con un beso de cortesía en la mejilla para después perderse entre los asistentes, no le dio mucha importancia en ese momento pero su imagen seguro se había quedado grabada en el baúl de sus recuerdos.
Concluyó esa noche, también pasaron julio y agosto como agua de río y con la misma iba la relación de un noviazgo de tres años de Sofía de la cual se salió realmente más aliviada que afligida. Ni el recuerdo ni la presencia de su caballero con la armadura de aviones se había cruzado siquiera por los insomnios, esos en los que se te enredan las ganas de dormir, esas noches traicioneras que te hacen pensar en el pasado, en tus preocupaciones y si no las tienes , seguro, esas noches las crean. Llegó Octubre, y junto con él, el dios todo poderoso de las redes sociales. Una recomendación, el famoso "Persona que quizá conozcas" hizo presencia, una imagen, un nombre... ¡Era él! pero sin los aviones. Algo instintivo le hizo teclear con aprisionante inseguridad una frase de saludo y elegante coquetería, y con esa frase equivalente al roce de miradas comenzó lo que hasta hoy, ni él ni ella, han podido descifrar.
A través del intercambio interminable de correos electrónicos supo que su "oficina de trabajo"  era un avión, Diego era piloto. Se dedicaba a acariciar las nubes, a ver por las noches las estrellas más cerca que el resto de los mortales. Una de las pasiones más grandes de Sofía eran los aviones, el sonido estruendoso de las turbinas de un avión causan en ella el mismo efecto  que el susurro del ser amado al oído de su amante, las salas de espera con vista a la pista de aterrizaje se han convertido en su zona zen, y si hablamos exclusivamente de ir en calidad de pasajera,  aunado al despegue y al aterrizaje le hacían afirmar  que el paraíso existe, además, sensatamente  pensaba que debería estar prohibido que el capitán y el copiloto desfilaran portando galantemente su traje con todo y broche de alas brillando desde el pecho en horario familiar, porque incitaban al pecado carnal, o al menos al de Sofía.

Quiero verte, llego el fin de semana dijo en el correo número 46.
Te espero a las 8— contestó Sofía asegurando el encuentro.

Los 5 minutos anticipados con los que Diego se presentó aquel día confirmaba el interés hacia ella y una impaciente puntualidad, cosa que Sofía decidió agradecer con una tímida sonrisa al hacer el primer contacto visual. Ahí estaba él, con su altura de 1.80, con sus brazos blancos y fuertes y con toda su atención centrada en ella. Unos jeans ajustaban sus piernas largas y torneadas, una playera negra con mangas largas de algodón que celosamente dejaban al descubierto sus manos pálidas. Sofía contestó la sonrisa (pago por su puntualidad) con otra  proveniente de sus labios que dejaba ver su dentadura blanca y sus marcadas comisuras de los labios. Se envolvieron en un abrazo en donde ella experimentó una inexplicable sensación de familiaridad y adrenalina ,  era como si al unir sus cuerpos se creara una onda de expansión. Todo el planeta entero se borraba y ella comenzaba a despegar los pies del suelo. Estaba segura que él vivía lo mismo en ese momento.
Diego era sin duda un caballero,  miembro de aquella especie en peligro de extinción que muchas buscan y que pocas encuentran. Diego abría la puerta del auto, y cualquier otra puerta que se les atravesara en el camino.  Era elegante, refinado, culto, sabía comportarse de acuerdo a la situación,  muy sociable y se desenvolvía con una agilidad nata y digna de aplaudirse en cualquier parte, cosa que  Sofía admiraba en él, nunca escuchó salir de su boca algún comentario lascivo lo cual hacía que ganara puntos. Solían compartir gustos poco colectivos, como estacionar el auto al lado de la vía, contar los vagones y saludar al maquinista. Cada vez que hablaban por teléfono escuchaban el sonido de algún tren como por arte de magia,  aquello les causaba un placer inexplicable y todo esto hacía que su conexión fuera particular y peculiar. Cualquiera se enamoraría de un hombre con semejante descripción. Sofía se convertía en su confidente y él en el de ella. Poco les bastó para darse cuenta de que eran un reflejo, él era ella y ella era él.
Diego y Sofía fueron transformando el placer de la mera compañía en el placer de la intensidad de las caricias, del roce de las manos, la explosión de sus cuerpos llevándolo al extremo como dos adolescentes. Sofía recordaba singularmente su cuerpo agitado, nervioso, explosivo, siempre deseando el de él. Diego amaba sus piernas desnudas y ellas le correspondían.  También recuerda sus ansias de verlo, ella amaba su cuerpo, lo usaba cual pintor a su lienzo. Lo de ese par era tan pasional, tan subversivo; volaban entre fantasías, realmente no imaginan a un  par de almas que pudieran vivir la intensidad que ellos solían tener en cada encuentro.
Con el paso del tiempo vas conociendo no solo las sutilezas y genialidades que una persona pueda tener y por más perfecto que se muestre, poco a poco van emergiendo  los puntos débiles, las flaquezas, infortunios, desventajas, defectos, eso que te hace ser humano... y eso querido lector, Diego lo compartía con Sofía,  él y ella eran uno solo...


Primera parte.






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